26 de septiembre de 2010

Futuros del Mundo (III)

Herman Daly“El estado estacionario exigiría menos de nuestros recursos ambientales, pero mucho más de nuestros recursos morales”. Herman Daly.

La humanidad puede responder de tres maneras a las señales que indican que el uso de los recursos y las emisiones contaminantes han crecido más allá de sus límites sostenibles. Una de ellas es negar, disimular o confundir las señales. Este enfoque adopta muchas formas. Algunos afirman que no hay necesidad de preocuparse por los límites, que el mercado y la tecnología ya resolverán automáticamente cualquier problema.

Otros dicen que no conviene tratar de reducir la extralimitación hasta que haya un cúmulo de estudios complementarios. Y hay quienes pretenden trasladar los costes de su extralimitación a quienes se hallan muy lejos en el espacio o en el tiempo. Por ejemplo, es posible:

- Construir chimeneas más altas para que la contaminación atmosférica se vaya más lejos, donde tendrán que respirarla otros.
- Trasladar sustancias químicas tóxicas o residuos nucleares para su vertido en alguna región remota.
- Sobreexplotar los recursos pesqueros o forestales aduciendo la necesidad de mantener los puestos de trabajo o pagar las deudas ahora, al tiempo que se reducen las reservas naturales de las que dependen en última instancia los puestos de trabajo y los pagos de la deuda.
- Subvencionar industrias extractivas que dejan de ser rentables debido a la escasez.
- Buscar más recursos mientras se usan de modo ineficiente los que ya se han descubierto.
- Compensar el descenso de la fertilidad del suelo mediante la aplicación creciente de fertilizantes.
- Mantener bajos los precios a base de préstamos o subvenciones, de modo que no pueden aumentar en respuesta a la escasez.
- Emplear la fuerza militar, o amenazar con su uso, para asegurar la utilización de recursos que sería demasiado caro comprar.

Lejos de resolver los problemas que se derivan de una huella ecológica excesiva, estas respuestas no harán más que agravarlos.

Una segunda manera de responder consiste en aliviar las presiones de los límites a base de recetas tecnológicas o económicas. Por ejemplo, es posible:

- Reducir la cantidad de contaminación generada por kilómetro recorrido en automóvil o por kilovatio de electricidad generada.
- Utilizar los recursos de modo más eficiente, reciclarlos o sustituir los recursos no renovables por recursos renovables.
- Reemplazar funciones que solía desempeñar la naturaleza, como el tratamiento de aguas residuales, el control de avenidas o la fertilización del suelo a base de energía, capital humano y mano de obra.

Estas medidas son urgentemente necesarias. Muchas de ellas comportan un aumento de la ecoeficiencia y aliviarán las presiones durante un determinado plazo, comprando un tiempo esencial. Pero no eliminarán las causas de dichas presiones. Si se genera menos contaminación por kilómetro recorrido en automóvil pero se recorren más kilómetros, o se incrementa la capacidad de tratamiento de aguas residuales pero aumenta el caudal de residuos líquidos, lo único que se hace es posponer los problemas, pero no resolverlos.

La tercera manera de responder consiste en abordar las causas subyacentes, dar un paso atrás y reconocer que el sistema socioeconómico humano, tal como está estructurado actualmente, es imposible de gestionar, ha sobrepasado sus límites y está abocado al colapso; en suma, tratar de cambiar la estructura del sistema.

La expresión cambiar la estructura tiene a menudo connotaciones ominosas. Ha sido utilizada por revolucionarios con ánimo de derrocar el poder establecido, a veces lanzando bombas en el camino. Hay quien puede pensar que cambiar la estructura se refiere a las estructuras físicas, derribando las edificaciones viejas para construir nuevas. O podría interpretarse en el sentido de cambiar la estructura de poder, la jerarquía, la cadena de mando. A la luz de estas interpretaciones, el cambio de estructura parece una cosa difícil, peligrosa y amenazante para los que tienen poder económico o político.

En el lenguaje de sistemas, sin embargo, cambiar la estructura tiene poco que ver con derrocar a nadie, derruir estamentos o desmantelar burocracias. De hecho, hacer todo esto sin ningún cambio real de la estructura no tendrá más consecuencias que el hecho de que otras personas gasten tanto o más tiempo y dinero persiguiendo los mismos objetivos en edificios u organizaciones nuevas, pero produciendo los mismos resultados conocidos.

Desde el punto de vista de la dinámica de sistemas, cambiar la estructura significa cambiar la estructura de realimentación, los vínculos de información dentro de un sistema: el contenido y la actualidad de los datos con que han de operar los agentes del sistema y las ideas, objetivos, incentivos, costes y señales de realimentación que motivan o condicionan el comportamiento. El mismo conjunto de personas, organizaciones y estructuras físicas puede comportarse de modo totalmente distinto si los agentes del sistema son capaces de ver alguna buena razón para hacerlo y si tienen la libertad, tal vez incluso el incentivo, para cambiar. Con el tiempo, un sistema con una nueva estructura de información también cam-biará probablemente sus estructuras sociales y físicas. Puede desarrollar nuevas leyes, nuevas organizaciones, nuevas tecnologías, personas con nuevas cualificaciones, nuevos tipos de máquinas o edificios. Esta transformación no ha de estar dirigida necesariamente de modo centralizado; puede ocurrir sin estar planificada, de forma natural, evolucionaria, apasionante y alegre.

A partir de nuevas estructuras del sistema se desarrollan espontáneamente cambios profundos. Nadie tiene que caer en el sacrificio o la coacción, excepto quizás para impedir que personas con intereses creados omitan, distorsionen o restrinjan informaciones relevantes. La historia de la humanidad ha conocido varias transformaciones estructurales. La revolución agrícola y la Revolución Industrial son los ejemplos más profundos. Ambas comenzaron con nuevas ideas sobre el cultivo de alimentos, el dominio de la energía y la organización del trabajo. De hecho, como veremos en el capítulo siguiente, es el éxito de esas transformaciones del pasado el que ha plantado al mundo ante la necesidad de una nueva transformación, que llamaremos la revolución de la sostenibilidad.

La sociedad sostenible

En 1987, la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo expresó la idea de la sostenibilidad con palabras memorables: Una sociedad sostenible es una sociedad que «satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades».

Desde el punto de vista de la teoría de sistemas, una sociedad sostenible es una sociedad que cuenta con mecanismos informativos, sociales e institucionales que le permiten controlar los ciclos de realimentación positivos causantes del crecimiento exponencial de la población y el capital. Esto implica que la tasa de natalidad equivale más o menos a la tasa de mortalidad y que las tasas de inversión equivalen más o menos a las tasas de amortización, a menos o hasta que en virtud de cambios técnicos y decisiones sociales se justifique un cambio limitado y bien estudiado de los niveles de población o capital. Para ser socialmente sostenible, la combinación de población, capital y tecnología debería configurarse de manera que el nivel de vida material sea suficiente y seguro para todos y esté repartido equitativamente. Para ser sostenible desde el punto de vista material y energético, los caudales productivos de la economía deberían cumplir las tres condiciones de Herman Daly:

- La tasa de uso de recursos renovables no debe superar la tasa de regeneración de los mismos.
- La tasa de uso de recursos no renovables no debe superar la tasa de desarrollo de sustitutos renovables sostenibles de aquéllos.
- La tasa de emisión de contaminación no debe superar la capacidad de asimilación del medio ambiente.

Una sociedad así configurada, con una huella ecológica sostenible, sería tan diferente de la sociedad en que viven ahora la mayoría de las personas que resulta difícil de imaginar. Los modelos mentales al comienzo del siglo XXI están impregnados de imágenes de pobreza persistente o de rápido crecimiento material y de esfuerzos decididos por mantener este crecimiento a toda costa. Dominada por imágenes de crecimiento despreocupado o estancamiento frustrante, la conciencia humana común difícilmente puede imaginar una sociedad resuelta, suficiente, justa y sostenible. Antes de reflexionar aquí sobre lo que podría ser la sostenibilidad, es preciso que comencemos definiendo qué no tiene que ser forzosamente.

La sostenibilidad no tiene por qué significar «crecimiento cero». Una sociedad fijada en el crecimiento tiende a rehuir todo cuestionamiento de este objetivo, pero poner en tela de juicio el crecimiento no tiene por qué significar la negación del crecimiento. Como señaló Aurelio Peccei, fundador del Club de Roma, en 1977, esto no haría más que sustituir una simplificación excesiva por otra:

Todos los que habían contribuido a echar por tierra el mito del crecimiento [...] fueron ridiculizados y figuradamente ahorcados, ahogados y descuartizados por los leales defensores de la vaca sagrada del crecimiento. Algunos de éstos [...] acusan al informe [Los límites del crecimiento]... de abogar por el Crecimiento Cero. Está claro que esas personas no han entendido nada, ni del Club de Roma ni del crecimiento. La noción de crecimiento cero es tan primitiva -como en este sentido lo es la del crecimiento infinito- y tan imprecisa que es una necedad conceptual hablar de él en una sociedad viva y dinámica.

Una sociedad sostenible estaría interesada en impulsar el desarrollo cualitativo, no en la expansión física. Utilizaría el crecimiento material como un instrumento estudiado, no un mandato perpetuo. Ni favorable ni contraria al crecimiento, empezaría a discriminar entre tipos de crecimiento y fines del crecimiento. Incluso podría jugar racionalmente con la idea de un crecimiento negativo deseado, para subsanar los excesos, ajustarse a los límites, dejar de hacer cosas que teniendo en cuenta plenamente los costes naturales y sociales en realidad cuestan más de lo que valen.

Antes de que una sociedad sostenible decidiera sobre cualquier propuesta concreta de crecimiento, se preguntaría para qué sirve dicho crecimiento, a quién beneficia y cuánto cuesta, cuánto tiempo durará y si el crecimiento será compatible con las fuentes y sumideros del planeta. Esta sociedad emplearía sus valores y su mejor conocimiento de los límites de la Tierra para optar exclusivamente por los tipos de crecimiento que sirvieran a importantes fines sociales y al mismo tiempo reforzaran la sostenibilidad. Una vez cualquier crecimiento físico hubiera cumplido sus propósitos, la sociedad dejaría de fomentarlo.

Un estado sostenible no sería una sociedad de desencanto y estancamiento, desempleo y quiebra que experimentan los sistemas económicos actuales cuando se interrumpe su crecimiento. La diferencia entre una sociedad sostenible y una recesión económica del tipo que se conoce en nuestra época es como la diferencia entre parar un coche adrede con los frenos y detenerlo chocando contra un muro de ladrillo. Cuando la economía actual se extralimita, da media vuelta demasiado rápida e inesperadamente para que las personas o empresas se reconviertan, reubiquen y reajusten. Una transición deliberada a la sostenibilidad se produciría con lentitud suficiente y con bastante tiempo de preaviso para que las personas y las empresas pudieran encontrar su sitio en la nueva economía.

No hay motivo alguno por el cual una sociedad sostenible tenga que ser primitiva en el aspecto técnico y cultural. Liberada tanto de la ansiedad como de la codicia, brindaría enormes posibilidades a la creatividad humana. Sin el elevado coste del crecimiento para la sociedad y el medio ambiente, la tecnología y la cultura podrían florecer. John Stuart Mill, uno de los primeros (y últimos) economistas que se tomaron en serio la idea de una economía acorde con los límites de la Tierra, vio que lo que él llamaba un «estado estacionario» podría sostener a una sociedad en evolución y en proceso de mejora. Hace más de ciento cincuenta años escribió:

No puedo [...] considerar el estado estacionario del capital y la riqueza con la aversión insensible tan ampliamente manifestada con respecto a dicho estado por los economistas políticos de la escuela antigua. Me inclino a creer que supondría, en su conjunto, una mejora muy notable de nuestra condición actual. Confieso que no me atrae el ideal de vida que defienden quienes piensan que el estado normal del ser humano es luchar para salir adelante; que las patadas, empujones, codazos y pisotones entre unos y otros [...] constituyen la suerte más deseable del género humano. [...] Apenas es necesario señalar que un estado estacionario del capital y la población implica un estado no estacionario de la mejora humana. Habría tanto margen para todo tipo de culturas mentales y de progreso moral y social como para la mejora del arte de vivir y muchas más probabilidades de que realmente mejorara.

Un mundo sostenible no sería ni podría ser un mundo rígido en que la población o la producción o cualquier otra cosa tuvieran que mantenerse patológicamente constantes. Uno de los supuestos más extraños de los actuales modelos mentales es la idea de que un mundo de moderación tenga que ser un mundo de estricto control gubernamental centralizado. Para una economía sostenible, este tipo de control no es posible, deseable ni necesario.

No hace falta mucha imaginación para plantear un conjunto mínimo de estructuras sociales -ciclos de realimentación que faciliten información sobre costes, consecuencias y sanciones- que darían pie a la evolución, la creatividad y el cambio y permitirían muchas más libertades que lo que jamás sería posible en un mundo que sigue aglomerándose hasta chocar contra sus límites o rebasarlos. Una de las más importantes de estas nuevas reglas casaría perfectamente con la teoría económica. Combinaría el conocimiento y la regulación para «internalizar las externalidades» del sistema de mercado, de modo que el precio de un producto reflejara el coste completo (incluidos todos los efectos secundarios ambientales y sociales) de fabricación del producto. Es una medida que vienen reclamando (en vano) todos los libros de texto de economía desde hace decenios. Orientaría automáticamente las inversiones y las compras, de manera que las personas podrían tomar decisiones en el plano monetario que posteriormente no tendrían que lamentar en el plano del valor material o social real.

Algunas personas piensan que una sociedad sostenible tendría que dejar de utilizar recursos no renovables, ya que su uso es por definición insostenible. Esta idea es fruto de una interpretación en extremo rígida de lo que significa ser sostenible. No cabe duda de que una sociedad sostenible utilizaría los dones no renovables de la corteza terrestre de modo más prudente y eficiente que el mundo actual. Les pondría el precio justo, con lo que los mantendría disponibles para futuras generaciones. Pero no hay motivo alguno para no utilizarlos en la medida en que su uso se ajuste a los criterios de sostenibilidad previamente definidos, a saber, que no sobrecarguen un sumidero natural y que se desarrollen sustitutos renovables.

Una sociedad sostenible no tiene por qué ser uniforme. Al igual que en la naturaleza, la diversidad en una sociedad humana sería tanto una causa como un resultado de la sostenibilidad. Algunas personas que han reflexionado sobre la sostenibilidad la ven como una sociedad en gran medida descentralizada, con poblaciones que se basan más en sus recursos locales y menos en el comercio internacional. Establecerían unas condiciones límite que impedirían que cualquier comunidad pudiera amenazar la viabilidad de las demás o de la Tierra en su conjunto. La variedad cultural, la autonomía, la libertad y la autodeterminación podrían ser mayores y no menores en un mundo de este tipo.

Una sociedad sostenible no tiene por qué ser no democrática, aburrida o no estimulante. Ciertas aficiones que divierten y consumen a muchos actualmente, como las carreras de armamentos o la acumulación de riquezas sin límite, probablemente ya no serían factibles, respetadas ni interesantes. Pero seguiría habiendo aficiones, estímulos, problemas que resolver, maneras de que las personas se sometieran a prueba, se sirvieran mutuamente, verificaran sus aptitudes y vivieran placenteramente, tal vez de modo más satisfactorio que lo que es posible actualmente.

Esto ha sido una larga lista de lo que una sociedad sostenible no es. En el proceso de formulación también hemos implicado, por contraste, qué pensamos que podría ser una sociedad sostenible. Pero los detalles de esta sociedad no los dilucidará un puñado de modeladores informáticos, sino que requerirá el concurso de las ideas, visiones y talentos de miles de millones de personas.

Partiendo del análisis estructural del sistema mundial que hemos descrito en este libro podemos aportar tan sólo un simple conjunto de líneas generales para reestructurar cualquier sistema con vistas a la sostenibilidad. Las enumeramos a continuación.

- Ampliar el horizonte de planificación. Basar la elección entre las opciones del momento mucho más en sus costes y beneficios a largo plazo y no tan sólo en los resultados que darán en el mercado de hoy o las elecciones de mañana. Desarrollar los incentivos, instrumentos y procedimientos necesarios para que los medios de comunicación, el mercado y las elec-ciones informen, respeten y sean responsables ante cuestiones que se desarrollan a lo largo de decenios.

- Mejorar las señales. Conocer mejor y supervisar tanto el bienestar de la población humana como el efecto real de la actividad humana en el ecosistema mundial'. Informar a los gobiernos y al público con la misma continuidad y prontitud sobre las condiciones ambientales y sociales que sobre las condiciones económicas. Incluir los costes ambientales y sociales en los precios económicos; refundir indicadores económicos como el PIB de modo que no confundan costes con beneficios o caudal productivo con bienestar o el deterioro del capital natural con ingresos.

- Acortar los tiempos de respuesta. Buscar activamente señales que indiquen cuándo el medio ambiente o la sociedad están mostrando fatiga. Decidir de antemano qué hacer si surgen problemas (a ser posible, preverlos antes de que aparezcan) y tener preparados los mecanismos institucionales y técnicos necesarios para actuar con eficacia. Educar para la flexibilidad y la creatividad, para el pensamiento crítico y la capacidad para rediseñar tanto los sistemas físicos como sociales. El modelado por ordenador puede ayudar en este sentido, pero igual de importante sería la educación general en el enfoque sistémico.

- Minimizar el uso de recursos no renovables. Los combustibles fósiles, las aguas subterráneas fósiles y los minerales deberían utilizarse siempre con la máxima eficiencia posible; reciclarse en la medida de lo posible (los combustibles no pueden reciclarse, pero el agua y los minerales sí) y consumirse únicamente en el marco de una transición deliberada al uso de recursos renovables.

- Prevenir la erosión de recursos renovables. La productividad de los suelos, las aguas superficiales, las aguas freáticas recargables y todos los seres vivos, incluidos los bosques, los peces y la caza, deberían protegerse y, en la medida de lo posible, restaurarse y reforzarse. Estos recursos sólo deberían utilizarse al ritmo en que pueden autorregenerarse. Esto requiere información sobre sus tasas de regeneración y fuertes sanciones sociales o desincentivos económicos contra su uso excesivo.

- Utilizar todos los recursos con la máxima eficiencia. Cuanto más bienestar humano se pueda obtener dentro de una huella ecológica dada, tanto mayor podrá ser la calidad de vida sin sobrepasar los límites. Importantes mejoras de la eficiencia son técnicamente posibles y económicamente favorables'. Una mayor eficiencia será un factor esencial para conseguir que la población y la economía mundiales actuales vuelvan más acá de los límites sin inducir un colapso.

- Desacelerar y finalmente parar el crecimiento exponencial de la población y del capital físico. El alcance práctico de los seis primeros elementos de esta lista es limitado. Por eso, este último elemento es el más fundamental. Implica un cambio institucional y filosófico y una innovación social. Exige definir niveles de población y producto industrial que sean deseables y sostenibles. Requiere definir objetivos en torno a la idea de desarrollo más que de crecimiento. Reclama, simple pero profundamente, una visión más amplia y satisfactoria de la finalidad de la existencia humana que la mera expansión y acumulación material.

Podemos explayarnos más en torno a este último e importante paso hacia la sostenibilidad reconociendo los problemas acuciantes que subyacen a buena parte de la fijación cultural en el crecimiento: la pobreza, el desempleo y las necesidades no satisfechas. El crecimiento, tal como está actualmente estructurado, no resuelve estos problemas en absoluto, o sólo lo hace de forma lenta e ineficiente. Sin embargo, hasta que no aparezcan soluciones más efectivas, la sociedad nunca abandonará su adicción al crecimiento, porque las personas tienen una necesidad apremiante de esperanza. El crecimiento puede ser una falsa esperanza, pero es mejor que la falta total de esperanza.

Para recuperar la esperanza y resolver problemas muy reales, he aquí tres aspectos en que es preciso cambiar totalmente de mentalidad.

- Pobreza. Compartir es un verbo prohibido en el discurso político, probablemente por el profundo temor de que compartir de verdad significaría que no habría suficiente para nadie. «Suficiencia» y «solidaridad» son conceptos que pueden ayudar a estructurar nuevos enfoques de la eliminación de la pobreza. Todos estamos juntos en esta extralimitación. Hay suficiente para salir adelante si hacemos bien las cosas. Si no las hacemos bien, nadie, por muy rico que sea, escapará a las consecuencias.

- Desempleo. Los seres humanos necesitan trabajar, ponerse a prueba y autodisciplinarse, asumir la responsabilidad de satisfacer sus propias necesidades básicas, obtener la satisfacción de la participación personal y ser aceptados como miembros de la sociedad adultos y responsables. Esta necesidad no debería quedar insatisfecha, como tampoco debería colmarse mediante un trabajo degradante o nocivo. Al mismo tiempo, el empleo no debería ser un requisito para la subsistencia. Se precisa creatividad en este terreno para superar la idea estrecha de que algunas personas «crean» puestos de trabajo para otras o la idea todavía más estrecha de que los trabajadores son meros costes que hay que recortar. Lo que necesitamos es un sistema económico que utilice y apoye las aportaciones que todas las personas son capaces de realizar, que comparta el trabajo, el ocio y los resultados económicos de forma equitativa y que no abandone a su suerte a las personas que por razones temporales o permanentes no pueden trabajar.

- Necesidades inmateriales no satisfechas. Las personas no necesitan automóviles enormes; necesitan admiración y respeto. No necesitan un flujo constante de ropa nueva; necesitan sentir que otros las consideran atractivas, y necesitan emoción, variedad y belleza. Las personas no necesitan juegos electrónicos; necesitan algo interesante en que ocupar sus mentes y emociones. Y así sucesivamente. Tratar de colmar necesidades reales pero inmateriales -de identidad, comunidad, autoestima, superación, amor, alegríacon cosas materiales es crear un apetito insaciable de falsas soluciones para deseos nunca satisfechos. Una sociedad que se permite reconocer y articular sus necesidades inmateriales y encontrar maneras inmateriales de satisfacerlas requeriría caudales de material y energía mucho menores y aportaría niveles mucho más altos de plenitud humana.

¿Cómo puede el individuo abordar en la práctica estos problemas? ¿Cómo puede el mundo desarrollar un sistema que los resuelva? Ésta es la oportunidad de la creatividad y la elección. Las generaciones que viven en los albores del siglo xxi están llamadas no sólo a ajustar su huella ecológica a los límites del planeta, sino a hacerlo mientras reestructuran al mismo tiempo sus mundos interior y exterior. Este proceso afectará a todos los aspectos de la vida y requerirá todo tipo de talento humano. Precisará innovación técnica y empresarial e inventiva comunal, social, política, artística y espiritual. Hace cincuenta años, Lewis Mumford reconoció la magnitud de la tarea y su carácter exclusivamente humano; una tarea que pondrá a prueba y desarrollará la humanidad de cada persona.

Una edad de expansión está dando paso a una edad de equilibrio. El logro de este equilibrio es tarea de los siglos inmediatos. [...] El tema del nuevo período no serán las armas y el hombre ni las máquinas y el hombre: su tema será el resurgir de la vida, el desplazamiento de lo mecánico por lo orgánico, y el restablecimiento de la persona como el fin último de todo esfuerzo humano. Cultivo, humanización, cooperación, simbiosis: éstas son las consig-nas de la nueva cultura que envuelve al mundo. Cada compartimiento de la vida registrará este cambio: afectará a la tarea de la educación y a los procedimientos científicos no menos que a la organización de las empresas industriales, la planificación urbana, el desarrollo regional, el intercambio de recursos del mundo.

La necesidad de llevar el mundo industrial a su próxima etapa de evolución no es una catástrofe, sino una excelente oportunidad. Cómo aprovechar la oportunidad, cómo establecer un mundo que no sólo sea sostenible, operativo y equitativo, sino también profundamente deseable es una cuestión de liderazgo, ética, visión y coraje, cualidades que no corresponden a los modelos informáticos, sino que les son propias al corazón humano y al alma humana.


Extractos tomados de “Los límites del crecimiento 30 años después”. Donella Meadows, Jørgen Randers y Dennis Meadows.

[continuará]

1 comentario:

Maroc- Le Monde de la Francophonie dijo...

Es una metodología diseñada para estructurar y promover el pensamiento crítico y estratégico. Se desarrolló a partir de las investigaciones del científico alemán Horst Rittel y el método socrático de estructuración del razonamiento.

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